miércoles, 16 de octubre de 2019
jueves, 8 de junio de 2017
(INTERMEDIO) Rodaje de "Error fatal" de Alberto Adsuara
Tengo buenos amigos que pese a hacerse adultos siguen jugando. Paradógicamente, suelen ser los adultos menos infantiles que conozco y los más cuerdos. Tal vez porque sólo mediante esfuerzos de razón sea posible conservar en este mundo infame la templanza necesaria para mantener, a su vez, el entusiasmo y la alegría, la imaginación viva, la curiosidad intacta y sobre todo el valor. Porque hace falta coraje para arriesgarse a materializar los sueños e intentar vivir como se debe, que es haciendo, aun con mucho esfuerzo, lo que a uno ama hacer, en vez de ver pasar la vida a través de lo que hacen otros, aunque sean nuestros maestros y su ejemplo, inalcanzable. Con el entusiasmo de los niños y la voluntad de los mayores, aunar fuerzas es mucho más fácil de lo que pretenden que creamos. Y mucho más revolucionario ese generar, que simplemente admirar, o andar esperando que suceda; porque "todo puede pasar en la vida: sobre todo nada" dice bien Houellebecq.
Otros hablarán con escrúpulo o condescendencia, bien o mal, del resultado, pero quizá nunca se habrán atrevido a intentarlo. Y no sabrán que intentarlo ya era tan divertido como conseguirlo. Y todos moriremos. Pero de ninguna manera, todos habrán disfrutado igual.
Alberto Adsuara, heroico realizador de "Error Fatal" me confía la banda sonora de su primer largometraje -rodado en Valencia este año y ya en fase de post-producción- y además ¡me invita a hacer un cameo! No podría divertirme más... Gracias, Al, por dejarme jugar con vosotros.
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INTERMEDIO
jueves, 18 de agosto de 2016
Sauve qui peut (La vie) 1980 Jean Luc Godard
Salve quién pueda, su vida. Sálvese quién pueda de ella.
Sólo el tiempo "durante". Sólo el "mientras". Sólo los paseos en bici recorriendo bosques -si es que quede alguno en algún sitio-, los pocos instantes que dura un abrazo -si te atreves a darlo-, lo mucho que pueden prolongarse los besos -si olvidas que los das-, el segundo que tarda la suerte en darte una hostia que te cambia el rumbo: esos momentos que Godard rueda a cámara lenta, para que duren, son los únicos en los que volvemos a ser lo que siempre fuimos. En esos momentos nuestro cuerpo, él solo, consigue hacer enmudecer de golpe a toda la Historia de la Filosofía. Toda.
Diría que Godard sólo habla de eso. Todo el mundo prefiere vivir como si el tiempo no fuera con ellos. Pero quizá la peli ha envejecido mal o soy yo quién ya vio bastante más 40 años después. Sinceramente, creo que tanto del comportamiento humano, que prefiero ir olvidando lo que sé ya más por vieja que por sabia. Puto don de la videncia adquirida (en el kit de flacidez, oxidación y presbicia), que lo que se presenta con enigma y drama a mí ahora me resulta ingenuo, transparente y predecible. Supongo que al fin me hice adulta: el mundo ya me da vergüenza ajena. Ni siquiera hace falta echarle la culpa a los necios si a los listos ya les borraron la conciencia de especie. Y andan narcotizados por su propio reflejo en el estanque azul; midiendo el eco de sus sentencias, creyéndose a salvo salvándose el propio culo a golpe de horas muertas puliendo perfiles libérrimos de carpeta adolescente. Individuos individualizados mediante rebeldías de baja intensidad que no comprometen, impostadas, de catálogo, de manual de autoayuda, de saga Crepúsculo, de otaku, aspirantes a influencer, neutralizados mediante hipnosis colectiva a beneficio del marketing de un monopolio eléctrico hipercontrolado y frágil que en cualquier momento petará.
Supongo que al fin me hice adulta: la ficción me impacienta. Como las lobas viejas que prescinden de manada, prefiero andar sin lastre. Por fin comprendí el proceder del tiempo: y ya sólo es durante.
Gracias por las lecciones de antropología. Eso es todo, amigos. Os espero en el bosque.
Sólo el tiempo "durante". Sólo el "mientras". Sólo los paseos en bici recorriendo bosques -si es que quede alguno en algún sitio-, los pocos instantes que dura un abrazo -si te atreves a darlo-, lo mucho que pueden prolongarse los besos -si olvidas que los das-, el segundo que tarda la suerte en darte una hostia que te cambia el rumbo: esos momentos que Godard rueda a cámara lenta, para que duren, son los únicos en los que volvemos a ser lo que siempre fuimos. En esos momentos nuestro cuerpo, él solo, consigue hacer enmudecer de golpe a toda la Historia de la Filosofía. Toda.
Diría que Godard sólo habla de eso. Todo el mundo prefiere vivir como si el tiempo no fuera con ellos. Pero quizá la peli ha envejecido mal o soy yo quién ya vio bastante más 40 años después. Sinceramente, creo que tanto del comportamiento humano, que prefiero ir olvidando lo que sé ya más por vieja que por sabia. Puto don de la videncia adquirida (en el kit de flacidez, oxidación y presbicia), que lo que se presenta con enigma y drama a mí ahora me resulta ingenuo, transparente y predecible. Supongo que al fin me hice adulta: el mundo ya me da vergüenza ajena. Ni siquiera hace falta echarle la culpa a los necios si a los listos ya les borraron la conciencia de especie. Y andan narcotizados por su propio reflejo en el estanque azul; midiendo el eco de sus sentencias, creyéndose a salvo salvándose el propio culo a golpe de horas muertas puliendo perfiles libérrimos de carpeta adolescente. Individuos individualizados mediante rebeldías de baja intensidad que no comprometen, impostadas, de catálogo, de manual de autoayuda, de saga Crepúsculo, de otaku, aspirantes a influencer, neutralizados mediante hipnosis colectiva a beneficio del marketing de un monopolio eléctrico hipercontrolado y frágil que en cualquier momento petará.
Supongo que al fin me hice adulta: la ficción me impacienta. Como las lobas viejas que prescinden de manada, prefiero andar sin lastre. Por fin comprendí el proceder del tiempo: y ya sólo es durante.
Gracias por las lecciones de antropología. Eso es todo, amigos. Os espero en el bosque.
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