Salve quién pueda, su vida. Sálvese quién pueda de ella.
Sólo el tiempo "durante". Sólo el "mientras". Sólo los paseos en bici recorriendo bosques -si es que quede alguno en algún sitio-, los pocos instantes que dura un abrazo -si te atreves a darlo-, lo mucho que pueden prolongarse los besos -si olvidas que los das-, el segundo que tarda la suerte en darte una hostia que te cambia el rumbo: esos momentos que Godard rueda a cámara lenta, para que duren, son los únicos en los que volvemos a ser lo que siempre fuimos. En esos momentos nuestro cuerpo, él solo, consigue hacer enmudecer de golpe a toda la Historia de la Filosofía. Toda.
Diría que Godard sólo habla de eso. Todo el mundo prefiere vivir como si el tiempo no fuera con ellos. Pero quizá la peli ha envejecido mal o soy yo quién ya vio bastante más 40 años después. Sinceramente, creo que tanto del comportamiento humano, que prefiero ir olvidando lo que sé ya más por vieja que por sabia. Puto don de la videncia adquirida (en el kit de flacidez, oxidación y presbicia), que lo que se presenta con enigma y drama a mí ahora me resulta ingenuo, transparente y predecible. Supongo que al fin me hice adulta: el mundo ya me da vergüenza ajena. Ni siquiera hace falta echarle la culpa a los necios si a los listos ya les borraron la conciencia de especie. Y andan narcotizados por su propio reflejo en el estanque azul; midiendo el eco de sus sentencias, creyéndose a salvo salvándose el propio culo a golpe de horas muertas puliendo perfiles libérrimos de carpeta adolescente. Individuos individualizados mediante rebeldías de baja intensidad que no comprometen, impostadas, de catálogo, de manual de autoayuda, de saga Crepúsculo, de otaku, aspirantes a influencer, neutralizados mediante hipnosis colectiva a beneficio del marketing de un monopolio eléctrico hipercontrolado y frágil que en cualquier momento petará.
Supongo que al fin me hice adulta: la ficción me impacienta. Como las lobas viejas que prescinden de manada, prefiero andar sin lastre. Por fin comprendí el proceder del tiempo: y ya sólo es durante.
Gracias por las lecciones de antropología. Eso es todo, amigos. Os espero en el bosque.
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jueves, 18 de agosto de 2016
sábado, 19 de diciembre de 2015
Innocence (2004) Lucile Hadzihalilovic
Rarísima fábula que retrata de forma inquietante la niñez de las niñas. No puedo evitar pensar que sólo el hecho de ser mujer permite a la directora regodearse en la sensualidad sin culpa de niñas semidesnudas cuya intimidad y juegos se nos permite contemplar en larguísimas secuencias y planos: sin duda escandalizaría muchísimo que lo hiciera un hombre... Y contemplamos fascinados. Por la belleza de las imágenes (memorable el camino del bosque iluminado con bombillas), por los misterios que mantiene el guión, por la melancolía con que se describe un tránsito raramente contemplado por el cine, por las metáforas entorno al enigma extraño y sangriento que convierte animalitos asexuados en mujeres, que los despierta, obligatoriamente, de un limbo dulce y libre y los trae de un golpe doloroso -de vísceras- a la tierra, para inaugurar el viaje. Los suicidios insinuados, los intentos de fuga, para mí, que recuerdo el principio y conozco bien ya el trayecto, resultan metáforas de la conciencia -que siempre es melancólica- de algunas niñas de que ese nuevo punto de partida sólo conduce hacía el fin.
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