En su cuento, hay individuos a los que la suerte bendice con el encuentro con su "media naranja" (complementariedades que Lanthimos caricaturiza tan superficiales o forzadas como la miopía o el sangrado de nariz simulado, y que se afianzan con vínculos tan "artificiales" como un hijo o una mascota). Los que no "lo consiguen" o los solitarios por gusto, son tenidos como culpables de una "incapacidad" propia, fallidos, parias, lacra, errores, ejemplos de "lo malo" frente a "lo bueno" (son estupendas las escenificaciones didácticas en el hotel de las ventajas de tener pareja, como muleta frente a la gestión del miedo en cualquier circunstancia, en la que el Solo no cuenta con ningún apoyo). Si a pesar de intentarlo no consigue integrarse en La norma y encontrar pareja, el solitario será castigado a ser convertido en un animal (¡de su elección!), juzgado y retirado su derecho a ser humano; por eso, la mayoría antes recurre desesperada a cualquier simulacro que lo cobije haciéndole sentir acompañado, igual al resto, que lo proteja de "ya no poder comunicarse" si se convierte en animal (insiste Lanthimos), que lo mantenga a salvo ¿de la muerte?
Rodada con planos preciosos formalmente muy cuidados y también golpes inesperados que sacuden al espectador, en mi caso, en la cama. Sin embargo, la última hora diría que el guión pierde el ritmo cuando riza el rizo con los rituales y discursos en el bosque (cuando quiere ser "espiritual" o lírico, se vuelve plomizo y cursi), porque lo cierto es que empecé a bostezar y a penas llegué despierta a ese final de la ceguera buscada y compartida, como metáfora del amor. No se puede tener todo. O tal vez es que yo ya me convertí en un animal.
No sé por qué me viene a recuerdo ahora lo que escribió V.Wolf frente a una puerta cerrada.