En general, diría que los europeos se ponen nostálgicos cuando hablan de la infancia, mientras que, por el contrario, los americanos parecen obsesionados con conjurar los monstruos que la rondan y a menudo la fulminan. Esta es otra de esas películas duras sobre inocencias machacadas (Mystic River, Prisoners). Me gustan mucho esos planos cenitales de las cabezas de los personajes al revés: acentúan la extrañeza y marcan las distancias, evitando que el espectador comparta el punto de vista del verdugo... Pero sería una buena -muy buena- película sin más, si no fuera por la presencia absolutamente hipnótica de Joseph Gordon-Levitt.