viernes, 19 de junio de 2015

Trois Couleurs: Rouge (1994) Krzysztof Kieślowski

La bondad de Valentine, que recoge perras preñadas, ayuda a las ancianas a tirar la basura y despierta sentimientos en un viejo amargado, hallará su recompensa salvándose de un naufragio, y encontrando allí mismo a su media naranja -caray, qué suerte tienen algunos-. Bonito cuento sobre el destino escrito y la bondad recompensada, filmado e iluminado de forma exquisita y suave, aunque con una protagonista tan bella como insípida y cuento al fin y al cabo: supongo que si digo que prefiero a Amélie, que es intencionadamente estrambótica contando la misma fábula sobre lo mismo, será porque no tengo criterio (ni vergüenza, seguramente. Ni sensibilidad, ni mollera). Tendré que ver el resto de la trilogía para poder juzgar con fundamento a Kieślowski; el caso es que me encanta el título y me encanta el rojo, pero el rojo no puede ser dulce, fino y manso hasta en la crisis, forzado a permanecer hierático, elegante; no veo pasión o intensidad por ningún lado: nada que se salga de la norma, nada que me deje huella.

Porque no tengo interlocutor que contraste, quizá sean las preguntas que me planteo después de ver la película, la sustancia a extraer después de todo, como siempre. ¿Es capaz la bondad de crear sinérgias cósmicas positivas que bendicen a los seres afortunados que lo merecen con la recompensa de la felicidad? Es posible: desde luego, no será porque mi fe en lo extraordinario no siga, a mi edad, milagrosamente intacta y resucite indemne y boba cada mañana. Al menos hasta que abro el correo o hasta que empiezo a leer la prensa (en Gaza por ejemplo, seguro que deben tenerlo más claro). Será que mi karma es chungo: nunca me trae ni un poquito de lo que me prometió si era paciente y buena.