sábado, 22 de febrero de 2014

El caballo de Turín (2011) Béla Tarr

Mi primer ruso reconozco que me puso, en algún momento, al límite de paciencia (en la escena que ella viste al padre: creo que es la única secuencia bucle que está tomada siempre desde el mismo punto. El resto de los bucles, siempre están tomados desde un punto de vista diferente: cada vez que comen, cada vez que ella va a buscar agua al pozo; incluso cada vez que se cierra el portón del establo donde permanece el caballo, la cámara varía porque se acerca cada vez más… Y me asombra cómo consigue aguantando quieta obligarnos casi a palpar al otro lado del portón cerrado, la existencia, los pensamientos y casi el alma de ese caballo que no podemos ver pero que impone su presencia, la más intensa, para mí, de la película, cada vez que aparece en escena). Me fascinó el ejercicio extremo del director: el tiempo en el que transcurre la ausencia total de esperanza, no puede ilustrarse si no es mediante el registro impertérrito de los segundos, los minutos que la eternizan (como la tortura china del goteo); no basta exponer la idea, hay que conseguir que el espectador padezca lo expuesto, lo respire, lo viva… aunque sea revolviéndose en la butaca. En un cine, sin poder hacer una paradita, me habría sentido quizá incómoda a ratos, pero no me cabe ninguna duda de que esas imágenes y encuadres tan bellísimos (por desnudos), ese blanco y negro tan brutal, aterciopelado, voluptuoso (juraría que nunca había visto uno semejante), en una pantalla de cine deben dejar (aún más) boquiabierto… En cualquier caso, éste no es un simple registro de lo insoportablemente eternos, circulares, que pueden ser los minutos viviendo en la desolación y la miseria sino que, así expuesto, funciona como anuncio, no sólo de un apocalípsis, sino como anticipación, representación hiperrealista del tedio circular con el que imaginamos La nada -cuando no nos atrevemos a llamarla muerte-, cuando en realidad no será, no es, más que un punto finalmente y fundido a negro.

Resumiendo: el fantasma de Nietzsche y yo la vimos de un tirón, hipnotizados -él, sin levantarse a hacer pis, ni siquiera-.