miércoles, 26 de febrero de 2014

Nostalgia (1983) Andrei Tarkovski

Yo sueño mucho. Y en general, una vez despierta me suele costar incluso un par de horas arrancarme al sueño del todo, de modo que arrastro a menudo por las mañanas parte de mi "otra vida" durante alguna hora, como un sonámbulo (sólo para evitarlo -porque la actividad diaria no me permite vivir dormida más de la cuenta-, tomo café, cuyo sabor en realidad no me gusta).

Digresión para explicar por qué Nostalgia me resulta tan familiar y de la misma pasta que los sueños. Porque reconozco su materia en la luz y la bruma, en el color y también en la ausencia del mismo, en el sonido del agua y en el del silencio, en los segundos y minutos quietos, en la tristeza al despertar.

Nostalgia es de una belleza apabullante. No sólo por esos encuadres, luz, puesta en escena. Fascinantes sus travellings de ida y vuelta, su aprovechamiento de la profundidad de campo (creo que por primera vez veo ese recurso utilizado ¡parece que no existe para la inmensa mayoría de directores!), no sólo por el plano secuencia final del cruce de la piscina con la vela encendida, tan aparentemente simple, que me parece uno de los más intensos y conmovedores que he visto. Soberbio actor, casi mudo (más aún, para mí, soberbia actriz que multiplica matices de emoción sin decir una sola palabra en muchos contraplanos con el protagonista). Su belleza proviene también de la sencillez, creo, de sus pretensiones: no hay realmente una historia, una trama, sino que más bien parece que el director está interesado básicamente en sus personajes, en poner al espectador en su piel, para que vivamos su tiempo, para que compadezcamos su alma, y así, la de todos nosotros.