lunes, 25 de mayo de 2015

Cartas de un hombre muerto (1986) Konstantin Lopushansky


"Hoy quiero hablaros de hombre muerto a otros hombres muertos. Es decir: francamente.

Permitidme daros un discurso sobre los seres humanos como especie biológica. La humanidad fue una especie trágica, quizá condenada desde el principio. Nuestro fatal y hermoso destino fue siempre intentar morder más de lo que podíamos masticar, ser mejores de lo que la naturaleza nunca pretendió. Encontramos lugar en nosotros para la compasión, aunque entrase en conflicto con la ley de supervivencia. Nos las arreglamos para sentir amor propio aunque siempre fuéramos pisoteados. Creamos obras de arte comprendiendo su inutilidad y fragilidad. Encontramos en nosotros la habilidad de amar. Oh Dios, fue tan difícil. El inexorable tiempo hizo que nuestros cuerpos, pensamientos y sentidos se corrompieran, pero el hombre continuó amando. Y el amor creó el arte, un arte que reflejaba nuestra incensante ansía de perfección, nuestra inmensa desesperación y nuestro terrorífico lamento sin fin. Una manada de desoladas criaturas pensantes en el frío e impasible desierto cósmico.

En esta habitación han sido pronunciadas muchas palabras de odio contra la humanidad, complacientes y desdeñosas. Pero no tiraré ninguna piedra contra eso hoy. Esto es lo que digo: amo al ser humano. Lo amo incluso más ahora que ya no existe. Lo amo por su trágico destino. Y quiero deciros amigos, quiero deciros que os amo. Quizá es sólo un atisbo..., una aberración de mi inconsciencia. Quería que lo supieseis.

Ahora me voy a ir a mi habitación y todo terminará para mí. Después de todo somos adultos y la muerte no es una cosa que nos asuste... cuando todo está ya muerto."


Emocionante discurso. Fabulosa dirección artística, mucho más austera aquí que en El visitante del museo, monocroma, expresionista, pero igualmente potente: espectaculares las escenas amarillas de fuego arrasador (muy distintas y sin embargo tan buenas como las de El sol, de Sokurov), el sepia arenoso en las escena agobiantes bajo tierra, el gris metálico de la chatarra apocalíptica que se convierte en orografía, la luz borrosa, la textura, la sencillez y la radicalidad del experimento formal y narrativo. En fin, que viva de nuevo la Rusia trágica y sentida, lírica, valiente y dura (esto no lo hace un francés). Y que empieza a parecerme inútil añadir palabras que compiten con imágenes cuya naturaleza, como la de la música, pertenece precisamente a lo inefable. Igual me pasa con las valoraciones, los "puntos" (debería revisarlos todos: cuanto más cine veo más "relativas" al resto me parecen las obras. También me pasa con la pintura): hay cosas que simplemente me gustan mucho. Y "mucho" ya es "mucho".