jueves, 14 de mayo de 2015

Offret (Sacrificio) (1986) Andrei Tarkovski

Imagen pura, formalmente asombrosa. Tarkovsky utiliza la cámara con la exigencia milimética de un pintor clásico: no hay ni un sólo encuadre, movimiento de cámara, superficies reflejantes desaprovechadas, puesta en escena, coreografía de actores, color (preciosamente helado, casi monocromo) dejado al azar (seleccionar fotogramas es difícil cuando todos son sublimes o perfectos). Me quedo con el plano secuencia de Alexander en bicicleta, ese es el que no olvidaré: me hizo sentirme allí igual de perdida, apareciendo desde el horizonte al atardecer hasta llegar a tropezar en ese charco en absoluto accidental, que funciona como un espejo y refleja tantas dudas en forma de bucle; también con el largo plano onírico picado en blanco y negro en el que la multitud corre despavorida y se funden texturas; y por supuesto el increíble plano secuencia final, los travellings, el punto de vista alejado, la mímica muda de los actores que parecen pequeños muñecos u hormigas, ¿en manos de quién?

No son imprescindibles el discurso, la lógica o el sentido en un poema (aquí todo es alegórico, simbólico, lírico, no cerrado a una sola interpretación): su magia consiste en conmovernos, y si el poeta es bueno, la capacidad del puro lenguaje lo consigue... Sin duda Tarkovsky logra pintar el Tiempo. Aunque me hable de hombres con miedo a la muerte y de un dios mortecino que no me interesa... Si me detengo a analizar el contenido, prefiero el sentido del Apocalipsis de Tarr en El Caballo de Turín, que cierra a negro, sin fe ninguna; o incluso el de Von Trier, en Melancholia, que ante el final se concentra en intentar un último juego, el de transformar en energía y estallido los intensos, extraordinarios y efímeros momentos felices de la vida.

Addenda: andaba yo pensando esta mañana que siento lo mismo, con esta peli, que contemplando el Cristo de Velazquez o la Capilla Sixtina o las vírgenes de Murillo: no hace falta ser creyente para que arrebate su belleza.