jueves, 5 de febrero de 2015

Robert Crumb (1990) Terry Zwigoff

Es cierto que aunque la calidad del documental hubiera sido mínima, yo hubiera disfrutado igualmente de cualquier raro acercamiento a Crumb, mi admirado artista. Pero éste no decepcionará a nadie.

Acompañándolo -por lo visto, el documental tardó nueve años en completarse-, conoceremos sus costumbres, sus rutinas, sus opiniones sobre la sociedad actual y sus particulares gustos musicales, su experiencia con la psicodelia y Janis Joplin, a su esposa actual, la magnética Aline, a la primera, tan increíblemente rotunda como las mujeres de sus dibujos, sus recuerdos de infancia, y también a su completamente trastornada familia... En escenas que me recuerdan enseguida El Desencanto de Chávarri, sus hermanos espeluznan: George podría ser Norman Bates y Maxon, el protagonista de El Silencio de los corderos. Sorprendentemente, en ese entorno, Crumb, el individuo de aspecto extraño y humor irreverente, resulta ser la excepción "normal", un tipo apacible, amable y hasta atractivo.

Crumb, además de un artista de potencia y talento extraordinarios (comparable a Daumier o Goya), se nos irá confirmando como un ejemplo heroico de perfecto nihilista positivo, ejemplo de cómo la actividad artística es la mejor terapia frente a la neurosis colectiva y de cómo la lucidez, la conciencia crítica implacable y la misantropía, no están reñidas con el humor y la alegría de vivir.

PD. Que su hermano George (detrás de cuya aguda psicosis intuimos un enorme sentido del humor y perspicacia y un gran talento echado a perder como dibujante) se suicidó un año después del documental, se nos reseña al final con los títulos de crédito. Antes de saberlo, me conmueven las palabras que Crumb le dedica: "...Él le da viento a mis velas... Aunque no le vea a menudo, cuando estoy con él revive esa conciencia entusiasta de estar ido o muy separado del resto de la humanidad y el mundo en general… Me gusta ese sentimiento."

Y a mí...

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